domingo, 20 de mayo de 2007

LOS ÑEROS

La historia del lugar que dejó de existir
La destrucción del Cartucho no sólo desapareció una de las zonas más miserables de Bogotá, sino que arrasó con una gran parte de la memoria histórica de la ciudad. Aunque para muchos El Cartucho no fue más que una olla, los indigentes se asentaron y tomaron el control de uno de los barrios tradicionales de la capital: el Santa Inés.
Los paqueros y ñeros fueron sacados del Cartucho, donde vivían aislados con los de su misma clase. En tres años, este submundo desapareció, reemplazando sus mugrosas calles por alamedas primer mundistas. Unos cuantos años después, los hombres y mujeres que fueron desplazados del único sitio donde podían sobrevivir un día con 200 pesos, han vuelto a encontrar nuevas cuadras donde asentarse, creando así varios Cartuchos alrededor de la ciudad.
Obviamente estos nuevos Cartuchos tenían que aparecer. De lo contrario, ¿dónde estarían estos miles de indigentes que aún caminan y respiran? Desde siempre, el problema de la pobreza y miseria en Bogotá se ha “solucionado” ocultándolos, aislándolos y recluyéndolos en lugares que la gente no ve. Una lógica aristotélica bastante cuestionable. Basta con revisar el pasado para advertir todas las veces que se ha utilizado el mismo procedimiento y discurso para desplazar a los pobres, reemplazando sus antiguos ghettos por flores y espacios verdes.
Los Cartuchos del pasado En 1884, el cartagenero Higinio Cuallas asumió la alcaldía de Bogotá, convirtiéndose rápidamente en el mejor alcalde de finales del siglo XIX por varias razones: llevó a Bogotá a la modernidad y creó el “Asilo de Mendigos”, donde recluyó a los indios (todos sucios, ladrones y borrachos, los “desechables” de entonces), escondiendo lo que afeaba la ciudad.
Tras este aislamiento, los pobres se asentaron en los cerros de la capital, en el antiguo Paseo de las Aguas o Paseo de Bolívar como se conoció después, cerca de Monserrate donde estaba el acueducto, lugar que pronto empezó a generar todo lo malo y feo que tenía Bogotá.
En los cerros que en ese entonces no eran más que un peladero, se construyen cientos de chozas no muy diferentes a las casas de los barrios de invasión de hoy en día, donde vivía la “chusma” que tanto mal le hacía a la capital. La solución al problema no tardó en llegar: crear una vía que impidiera que la gente viviera ahí, y poder así rehabilitar los cerros con nuevos árboles y nuevos aires. Se construyó la Avenida Circunvalar y el problema se esfumó. Como dice el arquitecto bogotano Alberto Escovar (uno de los autores del “Atlas Histórico de Bogotá”), “desaparecen a los pobres y automáticamente todo se vuelve verde”.
En los años 80, el barrio Santa Bárbara (ubicado en el centro de la ciudad cerca al populoso sector de Las Cruces), uno de los barrios fundacionales de Bogotá, es uno de los pilares del hampa capitalina. A raíz del 9 de abril, el Santa Bárbara se empieza a convertir en un barrio de inquilinatos y de gente de escasos recursos, ya que gran parte de la población que vivía en el centro de la ciudad empieza a movilizarse a partir del famoso Bogotazo: los ricos hacia el norte y los pobres al sur.
Y como la historia se repite, igual que pasó en el Cartucho el 7 de agosto de 2002, un rocket hecho de latas de cerveza cayó en el Palacio de Nariño. Aunque nunca explotó ni pasó nada, se dijo que éste había sido lanzado desde el barrio Santa Bárbara y que tenían que acabar con este nuevo centro de inmundicia. En efecto, 12 manzanas fueron demolidas, se construyó en una parte el barrio Nueva Santafe, y el resto fue dejado como lotes baldíos, nuevamente como tierra de nadie. Los pobres, otra vez, fueron desalojados y desaparecidos.
San Victorino, Santa Inés, San Cartucho San Victorino ha existido siempre, y siempre ha sido la puerta de Bogotá. Desde la construcción de la Plaza de mercado y la Plaza de las carnes, el comercio se ha concentrado en esta zona porque es ahí donde desemboca la ruta comercial que conecta la capital con el resto del país: Costa Atlántica, río Magdalena, Honda, Girardot, Faca, Bogotá.
Esta vía es lo que hoy se conoce como la calle 13, por lo que no es de extrañarse que haya sido ahí donde se construyó la Estación de la Sabana, la terminal de buses y posteriormente el antiguo aeropuerto de Bogotá. Todos los viajeros que llegaban en bus a la capital, hasta hace relativamente poco tiempo, llegaban a “la playa” en el Cartucho -calle novena con carrera trece donde estaba uno de los “sopladeros” más famosos del reducto-, la terminal donde los visitantes tenían su primer contacto con esta ciudad.
Pero empecemos desde el principio. Cuando se fundó Bogotá, se construyeron cuatro parroquias que delimitaban la ciudad en sus cuatro puntos cardinales. La Catedral es la primera que se construye, y después hacen tres parroquias en cada uno de los extremos: al sur la de Santa Bárbara, al norte la de Las Nieves y al occidente la de San Victorino.
La ciudad fue extendiéndose hacia el occidente, pero un declive en el terreno marcaba un límite geográfico que hizo que el crecimiento se detuviera y empezara a crecer hacia el oriente. Este declive empezaba en la carrera décima y llegaba hasta el antiguo trazado del ferrocarril que salía al norte, lo que hoy en día es la Caracas.
Al lado de San Victorino -barrio de artesanos y comerciantes- estaba el barrio Santa Inés, un sector residencial de calles anchas, casas y edificios importantes, donde vivieron muchas familias prestantes hasta comienzos del siglo XX, cuando empezó la decadencia de la zona. Se dice que ahí vivió Policarpa Salvarrieta, varios presidentes de Colombia, y José Celestino Mutis estaba enterrado en la Iglesia de Santa Inés.
El urbanista austriaco Karl Brunner, el mismo que construyó la Circunvalar, traza en la década de los 30 la carrera décima arrasando la iglesia de Santa Inés, y posteriormente construye la Caracas, dos arterias que fragmentan la ciudad y encierran al barrio Santa Inés. Este lugar, a partir de la migración causada por el 9 de abril, se convertiría en El Cartucho.
San Victorino, manteniendo su estatus de puerta de entrada, sigue recibiendo cientos de visitantes, y con su llegada y la de los buses, la zona empieza a inundarse de hoteles de paso, prostitutas, mendigos y niños abandonados. Los antiguos dueños de las casas del barrio Santa Inés que ahora se trasladan a barrios más prometedores al norte de la ciudad, dejan sus casas en manos de administradores que empiezan a alquilarlas por piezas y locales, hasta convertirse en residencias, y finalmente en inquilinatos para gente de escasos recursos, los que serían después los ñeros del Cartucho.
En los años 70 empezaron los verdaderos problemas en la zona, pues se convirtió en tierra de nadie. Se volvió el lugar donde llegaba el que no tenía plata, el que era vicioso, el que buscaba armas, drogas, papeles, canecas... lo más oscuro de esta ciudad se cultivaba en El Cartucho.
Había que hacer algo al respecto. Esa fue la razón por la que la administración del alcalde Enrique Peñalosa decidió de demoler todo, reubicar a los indigentes y construir un parque que llevara a la gente a habitar nuevamente el centro de la ciudad. A pesar de que varios alzaron sus voces en son de protesta, el plan se llevó a cabo, y estamos a pocos meses de presenciar la inauguración total del Parque Tercer Milenio.
Ahora, tres años después de su demolición, El Cartucho no deja más que un mal recuerdo y un nuevo parque, cuyos árboles crecen en lo que alguna vez no fue más que un lodazal. Del Cartucho -condenado a muerte desde su nacimiento-, pronto se dejará de hablar, cuando esta ciudad lo condene nuevamente al silencio y al olvido.

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